Esta mañana he estado en Roses (Girona) acompañando a los familiares, amigos y compañeros de Santos Santamaria, un mosso d’esquadra al que un atentado con coche bomba puesto por ETA arrebató la vida hace ya trece años. Ha sido un encuentro entrañable y familiar en el que su padre y un hermano han estado acompañados por muchos compañeros de los Mossos, por representantes de otros cuerpos policiales, además del Presidente, la vicepresidenta y otros miembros de la Asociación de Victimas de Organizaciones terroristas de Catalunya, la alcaldesa de Roses y otro regidor, un representante del Gobierno Vasco y representantes de la asociación de comerciantes de Roses.
He tenido una sensación contradictoria. Por un lado la emoción de abrazar a Santos Santamaría, una persona entrañable y padre del mosso, al que hace tiempo que no veía y con el que tengo relación desde hace casi una década cuando él era el presidente de la asociación de víctimas (AVOTC) y yo era miembro de la ponencia del Parlamento Vasco que elaboraba la Ley de Víctimas del terrorismo. Por otro lado al contemplar que estábamos allí, justo justo, esas personas mas directamente afectadas, me ha entrado una cierta tristeza pues he tenido la sensación de que para la mayoría de la ciudadanía, estos actos son ya actos del pasado en los que no siente la necesidad de implicarse. Esta lejanía me ha preocupado pues, como ha señalado Santos en su intervención, mientras se recuerde a las víctimas estas permanecen junto a nosotros.
El acto de hoy me ha reafirmado en la necesidad de seguir trabajando para, alumbrando la memoria, que la verdad se abra camino con el fin de posibilitar la reparación de todas las injusticias y asentar bases sólidas para la reconciliación de forma que, como señalaba hace unos días la presidenta de las Juntas Generales de Gipuzkoa –Lohitzune Txarola-, «si tenemos un pasado fracturado, habrá que arreglarlo en el presente y construirlo conjuntamente en el futuro».