El ataque a la inviolabilidad del Parlamento Vasco que, con especial pertinacia, viene impulsando el Gobierno Aznar durante los últimos meses es una manifestación de un problema de fondo que está presente de forma continua y actual en los ámbitos polí­ticos de las denominadas democracias occidentales. Cuando hablo de un problema de fondo no me estoy refiriendo ni al terrorismo, ni a los métodos de lucha en su contra, ni a la corrupción, ni al debilitamiento de los principios democráticos.

Todas estas cuestiones, preocupantes y reales, son también manifestación del alejamiento progresivo del mundo de la polí­tica con respecto a una referencia ética consistente que trascienda el concepto de “utilidad”, tan propio de la actividad polí­tica, económica y social que se mueve en las actuales coordenadas neocapitalistas. Y aquí­ radica el problema de fondo: en amplios sectores sociales y polí­ticos ha tomada carta de naturaleza el perverso principio de que el fin justifica los medios.

Así­, bajo la justa bandera de la lucha contra el terrorismo, tienen cabida la puesta en marcha de guerras injustas, violaciones de derechos humanos, debates sobre la necesidad de legalizar la tortura, suspensión de la presunción de inocencia, ataques a la separación de poderes base del estado de derecho democrático, desaparición del derecho a un juicio justo con garantí­as procesales y defensa de confianza, el florecimiento de tramas de corrupción económica que generan sustanciosos ingresos económicos, y otros ejemplos que todos podemos tener en mente. Y todo esto no es teorí­a; estoy hablando de las guerras del Presidente Bus; de las personas humanas –sí­, PERSONAS con mayúscula- que se encuentran desaparecidas, olvidadas o “inexistentes” en Guantánamo; de los debates sobre la legalización de la tortura que se han producido en Estados Unidos y en el Reino Unido, o sobre la existencia misma de la tortura en demasiados estados que se denominan democráticos –en uno sólo ya es demasiado-; la ausencia de presunción de inocencia y de garantí­as procesales que se da en ciertos procesos en la Audiencia Nacional; de Berlusconi y las maniobras de su gobierno para que no comparezca ante la justicia; de la corrupción económica surgida alrededor del GAL, los fondos reservados y la denominada lucha contra el terrorismo; del escándalo montado en el Asamblea de Madrid; de los negocios surgidos alrededor de la guerra de Irak; o de los inquietantes rumores –ójala sean solo rumores-, que una ví­ctima del terrorismo me hací­a llegar hace unas semanas, sobre el delicado estado de las cuentas de ciertas organizaciones que dicen defender a quienes han sufrido en carne propia la irracionalidad e inhumanidad del terrorismo.

Ante este panorama, podemos caer en el desánimo y pensar que ante tan potentes y generalizados enemigos poco se puede hacer por cambiar el actual estado de cosas. Sin embargo, la realidad no es esa; el desánimo y el pesimismo, que están detrás de ese planteamiento, es el único arma efectiva que tiene el sistema imperante para perpetuar su injusticia. Si, desde nuestra responsabilidad ciudadana, quienes tenemos cargos públicos y quienes no los tienen, somos capaces de impulsar esta revolución ética que proclame la necesidad de reclamar, también para la polí­tica, el principio ético de respeto a la dignidad de la persona humana y la norma universal de actuación de que el fin NUNCA justifica los medios, estaremos poniendo las bases sólidas para cambiar un sistema tremendamente injusto y defender la democracia.

Cuando le decimos a Aznar que no vale todo -que no queremos regirnos por los mismos principios de quienes están en la estrategia de la violencia y del terror-, y cerramos filas en la defensa de la separación de poderes, de la presunción de inocencia, de la inviolabilidad de la Cámara Vasca y del fuero parlamentario, de la democracia en definitiva, estamos contribuyendo también a cambiar esas otras injusticias, que citábamos antes referidas a otros lugares, y a lograr un mundo más humano, más justo, mas solidario. Con nuestro compromiso militante ese otro mundo es posible.

Por Rafa

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