IMG_9587Hoy la sobremesa nos ha venido animada con una noticia de alcance: «El Gobierno prohí­be portar esteladas en la final de la Copa del Rey entre Sevilla y Barcelona» La primera reacción «bien-pensante» ha sido de incredulidad para ir pasando al asombro y, posteriormente, a un punto de indignación pues a mí­nimo sentido democrático que se tenga es difí­cil concebir o admitir tamaño ataque a un principio básico en democracia, también incluido formalmente en el artí­culo 20-1-a de la propia Constitución española, como es el derecho «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción».

En diferentes foros siempre he mantenido que la Constitución española era muy avanzada en el ámbito de los derechos individuales, pero que tení­a su gran carencia en el no reconocimiento de los derechos colectivos al no admitir el derecho de las naciones históricas, que en parte estamos dentro del Estado español, a decidir democráticamente su propio futuro. Esta realidad hace que se pueda aplicar a la evolución del Estado español desde el franquismo a  la actualidad, la denominación acuñada por el Lehendakari Garaikoetxea de «transición inacabada».

Pero esta situación inicial, en los últimos quince años se ha visto deteriorada pues se ha producido una regresión sistemática en lo concerniente a los derechos individuales que ha alcanzado su máxima expresión en los últimos cuatro años del Gobierno Rajoy.

En estos quince años hemos pasado desde el cierre de periódicos y medios de comunicación, hasta conductas condenadas por el Tribunal de Derechos Humanos referidas a la existencia y no investigación de torturas, para acabar con una ley mordaza y una tendencia a penalizar cualquier expresión polí­tica, cultural o social molesta para el Gobierno.

Y esta última decisión de prohibir la exhibición de una bandera en un partido de fútbol es una muestra más de la pérdida del sentido del ridí­culo de los dirigentes de un Gobierno que con este tipo de decisiones, que exacerban un rancio nacionalismo español,  intenta tapar su ineficacia para dar respuesta a los grandes problemas que, como el paro o la corrupción,  sufre la gente de a pié fruto de una crisis económica que sus mismos gobiernos han generado y que son incapaces de atajar.

Así­ que estamos ante una «Transición» cada vez más inacabada, lo que hace que cada vez seamos más los que, en Euskal Herria y en Catalunya -y de otra forma también en Galiza-, vemos claro la necesidad de contar con un estado propio para poder construir y formar parte de una Europa democrática y más social.

Por Rafa

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