Hoy acaba una semana intensa de trabajo en tierras extremeñas, en las que he aprendido mucho y espero haber contribuido a que otras personas también hayan aprendido cosas nuevas. Ayer, en una escapada rápida después de comer y antes de reanudar las sesiones de trabajo, el amigo Javier me ha llevado a ver los Barruecos: una zona declarada Monumento Natural en 1996 y que tiene una belleza especial. En mitad de una amplia planicie con arbustos y retama te sorprende una serie de formaciones rocosas. Estos grandes bolos de granito, que han sido modelados y transformados por la acción del agua y el viento, conforman un peculiar paisaje en el que la roca, el campo y el agua, con sus humedales y lagunas, nos ofrecen un panorama de singular belleza. Había que volver rápido al trabajo y en mi interior ha surgido el propósito de volver con más calma para conocer sus senderos y disfrutar con el peculiar encuentro de los vestigios de arte neolítico con los movimientos artísticos promovidos por el artista alemán Wolf Vostell buscando el diálogo entre el arte y la naturaleza.
No hace ni un año que visité por primera vez Extremadura, y en esta tercera visita he seguido descubriendo nuevos paisajes, nuevos espacios urbanos que cautivan tanto como las buenas gentes que los habitan.