En estas entrañables fechas, tan propicias para el recuerdo, en las que los villancicos resuenan a nuestro alrededor, me viene a la cabeza el estribillo del popular Mesias sarritan “Gloria Zeruan, bakea hemen kantari aingeruak dagoz Belenen”. A mí­ me parece que ese “Paz a las mujeres y hombres de buena voluntad” es algo más que un deseo, que un esperar a ver si llega, es una exigencia para que veamos qué podemos hacer para que la Paz sea una realidad.

Sin ese compromiso de trabajar por la Paz ese cántico, esa frase mil veces repetida en estas fechas, se me antoja rutinaria, vací­a, sin sentido, casi como una ofensa a quienes más sufren la ausencia de Paz. Porque estas fechas, teóricamente, de alegrí­a, de estar en familia, de recuerdos entrañables, son también fechas tristes para muchas personas que tenemos alrededor. Fechas en las que se sienten especialmente las ausencias de las personas queridas, sobre todo sin han sido arrebatadas injustamente por la estrategia de la violencia, del terror.

Fechas en las que situaciones de injusticia –injusticias menores que las anteriores pero también injusticias- se agrandan y resultan más incomprensibles todaví­a, como son los casos de incumplimientos de la legislación penitenciaria referente a los presos con enfermedades graves incurables. Fechas en las que resulta especialmente incomprensible que una persona no pueda prescindir de la escolta para ir con su familia, con sus amigos, a tomar vino caliente, a disfrutar del trajinar navideño de nuestras calles. Fechas en las que las carencias materiales de quienes conforman ese cuarto mundo formado por las bolsas de exclusión social presentes en nuestra llamada sociedad desarrollada, que con demasiada frecuencia no queremos ver, son un requerimiento y un reproche a nuestra teórica o formal solidaridad.

Fechas, en fin, en las que también resulta incomprensible, tener que oí­r que se es colaborador de los asesinos, o que se está con ellos, cuando siempre se ha rechazado la violencia y se ha luchado pací­ficamente contra quienes han despreciado los derechos humanos y cuando también se percibe y se siente la ausencia, injustamente causada, de personas queridas. Este dolor presente en estas fechas, aunque esté oculto por la algarabí­a navideña, solo podemos repararlo con el compromiso activo de trabajar por la Paz. Y a la hora de activar ese compromiso activo, y con independencia de las creencias o increencias de cada cual, esas imágenes del Portal de Belén -omnipresentes en nuestras calles, parques, escaparates y casas- nos transmiten unos valores que pueden sustentar, reforzar y hacer práctico ese compromiso: La ternura de un niño desvalido que mueve a la compasión, actitud exclusivamente humana –los animales son incapaces de tener compasión- que impedirí­a el tan cruel como injusto, y siempre inútil, asesinato; o impedirí­a, también, la sustitución de la justicia por la venganza en el caso de ese preso con enfermedad incurable.

La fraternidad universal que nos hace a todos iguales y que, en su vertiente práctica, nos debe llevar a respetar a quien percibimos diferente, a prestarle ayuda, a arroparle ante la agresión o la hostilidad. La solidaridad con los que menos tienen –algunos, como en ese Portal, ni siquiera un lugar digno donde vivir-, que se tiene que convertir en compromiso práctico para reparar esas carencias, especialmente escandalosas en nuestra sociedad de consumo. La esperanza de un mundo mejor que es posible, -aunque parezca increí­ble, como parece imposible que un niño desvalido en el Portal pueda salvar a la humanidad-, si cada persona se empeña en hacerlo mejor siendo mejor. Si activamos este compromiso de trabajar por la Paz, es posible otro mundo distinto, es posible construir Euskal Herria de otra forma. Sin violencia, con respeto, con justicia, con solidaridad, haremos realidad ese “Paz a las personas de buena voluntad”.

Por Rafa

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