En estos días estamos, otra vez, conmocionados por la sistemática violación de los derechos humanos; conmoción que siempre es mayor cuando se tiene una cierta relación directa con las personas afectadas. Desgraciadamente en nuestro querido y atribulado País los ataques a las libertades, a los derechos humanos -empezando por el derecho a la vida y siguiendo por el derecho a la integridad física y psicológica- se están convirtiendo en algo habitual; y como somos un País pequeño siempre se tiene a alguien próximo que está sufriendo esas prácticas inhumanas, y desde esa cercanía se tiene mayor conciencia de ese dolor y ese sufrimiento que, de alguna forma, se acaba compartiendo.
Hace unos días, ETA asesinaba a Joseba, hermano de Maite Pagazaurtundua con quien compartí los avatares de la vida parlamentaria en Gasteiz y a quien aprecio, aunque no compartamos análisis, visiones y proyectos políticos. Apenas unos días mas tarde, personas a las que también conozco y aprecio, como son Martxelo Otamendi y Txema Auzmendi, (además de otras personas a las que también conozco, aunque he tratado menos) se han visto sometidas, según denuncian, a torturas y malos tratos durante su periodo de incomunicación en dependencias de la Guardia Civil.
En uno y otro caso, como siempre que se producen violaciones de derechos humanos, surgen denuncias, condenas, indignaciones y rebeldías ante tamaña injusticia y crueldad. Y en uno y otro caso se producen clamoroso silencios que producen tanto daño en la sociedad como el que producen las violaciones de derechos humanos. Hay quienes gritan cuando hay denuncias de torturas, y son incapaces de decir, aunque sea en voz baja, que los asesinatos de ETA o la violencia de persecución son inaceptables. Hay quienes gritan cuando la violencia de ETA asesina, lesiona o persigue, y no son capaces de reclamar, aunque sea en voz baja, que las torturas son inaceptables. Y desde ese clamoroso silencio compartido están causando a nuestra sociedad un daño moral equivalente al que causan las violaciones de derechos humanos que denuncian con sus gritos y que legitiman con sus silencios.
Ese daño moral solo se puede reparar desde el compromiso -muchas veces incomodo pero necesario- de levantar la voz, en todos y cada uno de los casos en que se produce una violación de los derechos humanos, para denunciar esa aberración, compartir el dolor de quien la ha sufrido, y extender el compromiso de luchar y trabajar en la defensa de la persona humana, sus derechos y libertades. Esta es una responsabilidad de todas las personas. Si no estamos con los derechos humanos, con las víctimas, SIN EXCEPCIONES, contribuiremos a extender y fortalecer esos tan clamorosos como injustos e inhumanos silencios que degradan a nuestra sociedad. Rafa Larreina Portavoz de Eusko Alkartasuna en el Parlamento Vasco