El fallecimiento de Imanol Murua, aunque conocía su titánica y larga lucha contra el cáncer, como siempre ocurre en estos casos, me ha pillado de improviso y me ha vuelto a emocionar al recordar la cariñosa y larga felicitación que me mandó estas pasadas Navidades. Era una felicitación pero también era una especie de despedida en positivo, pues su profunda fé la convertía no en un “Agur definitivo†sino en un “seguro Gero arteâ€. Como me comentaba Maritxu esa seguridad la trasladaba a todos los que en los últimos meses estuvimos con él.
De Imanol, aprendí mucho cuando llegué al Parlamento y compartí con él Grupo y trabajo parlamentario; aprendí sobre temas técnico-políticos y sobre todo aprendí humanidad y lo que debe ser el servicio de la actividad política: coherencia, hombría de bien, espíritu de servicio, capacidad de diálogo y respeto al adversario.
Creo que la sociedad vasca tiene, tenemos, una gran deuda con él y que no se le han reconocido suficientemente su trabajo y dedicación a favor de las libertades, a favor de una Euskal Herria más justa, más humana.
Justo unos días antes de su fallecimiento asistí a un acto entrañable, el memorial dedicado a otro amigo que se fue –Paco Martínez de Contrasta-, en el que por parte de los Centros de Formación Profesional de Euskadi se le otorgó a Imanol un reconocimiento a toda una vida dedicada a impulsar, modernizar y prestigiar a la Formación Profesional. Creo que fue un muy justo reconocimiento a Imanol, una persona que amaba –que ama- profundamente a su País y que trabajaba en el día a día, dando respuesta a los problemas diarios que preocupan a la gente, por conseguir una Euskadi Independiente, Libre y en Paz.
Y si el fallecimiento de Imanol era más o menos esperado, el de Sabin Zubiri fue totalmente inesperado. Diríamos que nos dejó con la misma discreción con que nos acompañó toda su vida. Si algo caracterizó, al menos para mí, a Sabin fue que siempre estuvo trabajando a favor de esa Euskal Herria, esa Euskadi que añoramos, con discreción sin buscar el reconocimiento, ni el aplauso. Es, al igual que Imanol, de esas personas que lo dieron todo y que nunca pidieron nada. Cuando le conocí, en mis tiempos de estudiante en Bilbao, me llamó la atención su humanidad, su trato amable, su sencillez: lo último que imaginabas era que aquel hombre había sido un puntal en al promoción del euskera y las ikastolas durante el franquismo, que había sido un fiel soporte de la lucha clandestina a favor de las libertades y la democracia durante el franquismo, que había sido el socorro de tantas gentes que lo pasaban mal.
De él aprendí mucho también, de su lealtad a los principios, de su bonhomía, de su fidelidad a las personas que tenían la responsabilidad de dirigir el País y también el partido. También admiré su entereza ante la adversidad, ante la incomprensión, ante la injusticia, ante las desconsideraciones y ofensas. Y, al igual que Imanol, su profunda y arraigada fé católica era lo que daba sentido a todos sus actos.
Me viene a la cabeza una de las últimas conversaciones que tuve con él, en este pasado Aberri Eguna en Gernika, junto con la ilusión que nos suscita a los abertzales la fiesta tenía una cierta tristeza, le dolía Euskadi, pienso que tenía ese presentimiento de que no iba a ver la anhelada Paz por la que tanto luchó. También en ese Aberri Eguna, en otro momento, se me acercó una afiliada diciéndome que teníamos que hacer un homenaje a Sabin Zubiri; le dije que sí, que tenía razón y que íbamos a ver si para el Alkartasun-eguna†podíamos hacerlo porque se lo merecía. Me ha quedado esa pena, no habérselo podido hacer en vida, romper por una vez esa su tradición de discreción y humildad. Pensando en esto el otro día en su funeral en la iglesia de Otxandio, intuí su sonrisa como diciendo me he salido con la mía de huir de los homenajes y seguir trabajando discretamente, ahora desde allá arriba, por esa Euskal Herria, por esa añorada Euskadi Independiente, Libre y en Paz.