Acabo de leer un teletipo que recoge una reseña de las palabras que Don Ricardo Blázquez ha pronunciado en la apertura de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal que preside. Después de mucho años de espera creo que somos muchos los católicos de Euskal Herria que por fin nos hemos sentido en parte reconfortados.
Se que para algunos será insuficiente, para otros quizas inoportuna, para algún otro hasta puede ser motivo de escándalo; para mi es un paso adelante en la «búsqueda de la convivencia en la verdad, la justicia y la libertad». Por eso quiero agradecer al obispo de Bilbao y Presidente de la Conferencia Episcopal el gesto que sin duda ha sido valiente y, estoy seguro, le habra supuesto ya tener que hacer frente a más de una incomprensión y asumir que probablemente le lleguen críticas de un lado y otro. Críticas de quienes nunca se han planteado pedir perdón por nada y sin embargo exigen continuamente a la Iglesia -por cierto una de las pocas instituciones, entes u organizaciones que ha pedido y pide perdón- que reconozca errores y se disculpe por ellos; y críticas también de quienes acostumbrados a mezclar religión y política todavía viven en esquemas del nacional-catolicismo.
Durante este último mes hemos sido muchos los que en silencio lo hemos pasado mal contemplando las controversias que surgían alrededor de las beatificaciones de mártires de la guerra del 36. Por un lado reconocíamos que esas personas habían sido asesinadas por odio a la religión y por tanto habían dado su vida por confesar su fe, sus creencias de forma heroica y eran realmetne mártires; por eso mismo nos dolía que se cuestionase ese carácter estrictamente religioso. Por otro lado nos dolía que se ignorase a esos otros sacerdotes y religiosos, también heroicos, que en Euskal Herria habían sido asesinados por ser coherentes con su fe, desarrollando su labor pastoral en situaciones extremas, defendiendo la libertad de sus fieles y su derecho a recibir la atención sacramental y pastoral, al margen de ideologías o cuestiones partidistas.
Por eso recojo las palabras del Padre Iñaki de Azpiazu exiliado también que pronunciaba en Buenos Aires el 18 de octubre de 1957: «Pero sí quiero pedir a ustedes que puestos de pie escuchen los nombres de estos santos sacerdotes, cuyos cadáveres yacen en tierra vasca, esperando que un día se coloque sobre su tumba la cruz y se ore públicamente al Señor, rompiendo el silencio con que envuelven su martirio la tiranía de los unos y la culpable complacencia de quienes no tienen el derecho de callar: D. Martín de Lecuona, D. Gervasio de Albizu, D. José de Sagarna, D. Alejandro Mendicute, D. José de Ariztimuño (Aitzol), D. Joaquín Arin, D. José Markiegi, D. Leonardo Guridi, D. José de Peñagaricano, D. Celestino de Onaindia, D. Joaquín Iturri-Castillo, D. José Adarraga, R. P. Otaño, R.P. Román, R.P. Lupo, Goian Bego!»
Porque esa ha sido otra de las confusiones que a muchos nos ha dolido: se ha traladado desde muchos medios de comunicación españoles y vascos, incluidos los de orientación abertzale, la idea de que los beatificados en Roma tenían una identidad nacional española y los asesinados en Euskal Herria tenían una identidad nacional vasca. Y no era así: entre los mártires también había religiosos vascos, que se sentían solo vascos pero que desarrollaban su labor pastoral en España, dejando al margen su ideología, y allí fueron asesinados; y entre los asesinados y represaliados en Euskal Herria también los había de sentimientos de identidad nacional diversos pero como los otros supieron dejar al margen sus propias concepciones ideológicas para desarrollar heroicamente su servicio pastoral. Muestra de ello es el caso del entonces obispo de la diócesis de Vitoria (entonces englobaba a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa), D. Mateo Múgica, que no era de sentimiento nacional vasco pero cumplió con su misión pastoral y defendió la libertad política de sus fieles lo que le supuso ser exiliado por Franco y tener que refugiarse en el estado francés.
Con esta declaración se abre paso un movimiento de reparación, que durante largas décadas se ha venido reclamando y esperando, hacia aquellos sacerdotes y religiosos que, durante la guerra y después de la guerra, sufrieron la injusticia de ser asesinados, encarcelados, condenados a muerte, escarnecidos, desterrados,… por ser fieles a su vocación de servicio, por desempeñar heroicamente su ministerio pastoral atendiendo a su feligresía sin hacer acepción de personas.
¿Crees que el sector mas ultra le perdonará a Blazquez su reflexión, a pesar de ser tan moderada?