Ayer pasé unos minutos por la capilla ardiente de Gorka Agirre para rezar, rendirle homenaje y dar el pésame a Uxune y a su familia. Fueron unos momentos intensos en los que se me aceleró el corazón y me vinieron a la memoria muchos recuerdos que habían ido reverdeciendo desde que la víspera conocí la noticia de su fallecimiento. Le conocí en los años 70 pero ha sido en los últimos doce años donde he tenido la oportunidad de tratarle más. Siempre le he tenido por un abertzale zintzo, un buen patriota que amaba a Euskal Herria o a Euskadi -que para ambos siempre ha sido la misma cosa- y que la amaba preocupándose de sus gentes, comprometiéndose con la defensa de todos los derechos humanos -sin excepciones- de todas las personas, y prestando el mejor servicio que se puede prestar a nuestro País: trabajar para conseguir la Paz. En algunas de estas tareas coincidimos en los últimos años y puedo dar fe de su bonhomía, de su compromiso y entrega en favor de la Paz. Por eso me indigné y salí públicamente en su día contra aquella imputación tan escandalosamente injusta de colaboración con el terrorismo. Y cuando estaba recordando aceleradamente todas estas cosas a los pies de su féretro me vino a la cabeza un salmo que dice benditos los pies de aquellos que trabajan por la Paz y se serenó mi corazón pensando que Gorka, ahora desde allá arriba, seguirá trabajando para ayudarnos a terminar ese gran servicio a nuestro País que todavía queda pendiente: conseguir la Paz.
Eskerrik asko Gorka y, como decimos quienes tenemos una concepción trascendente de la vida, gero arte