Recojo en este post el texto en castellano del artículo publicado en el suplemento Larrun de la revista ARGIA que fué redactado antes de hacerse público el comunciado de ETA anunciando el cese definitivo de su actividad, y publicado en el número de la rvista que salió justo después de dicho anuncio.
Podemos decir, sin que en esta ocasión se un tópico, que estamos viviendo momentos históricos en la vida de nuestro País. Mientras se escriben y, con toda seguridad, mientras se leen estas líneas se están produciendo pronunciamientos y acontecimientos que de forma cada vez más acelerada nos conducen a una nueva etapa histórica en que la dicotomía “estrategia de la violencia-represión†va a dejar de ser la protagonista en el devenir político, cultural, social y económico de Euskal Herria, para dejar paso a la confrontación democrática entre los diversos planteamientos y proyectos políticos que tengan el respaldo de la ciudadanía.
Ante este nuevo panorama surge la pregunta lógica de cual va a ser la re-ubicación de los diferentes movimientos políticos y, en concreto, hacia donde va a deslizarse la sociedad vasca desde el punto de vista de la conciencia e identidad nacional. Creo que desde el punto de vista abertzale, la clave en esta nueva etapa se sitúa tanto en la capacidad de análisis de la historia y de la presente realidad vasca, como en la capacidad de romper tópicos, aunar fuerzas y emprender nuevos caminos.
Tradicionalmente se ha tendido a situar los problemas y los obstáculos al ejercicio de la libre determinación de la sociedad vasca en Madrid y en París, como si esos ámbitos políticos fuesen los únicos responsables de todos nuestros males y frustraciones políticas. En esta línea argumental se han planteado los conflictos armados y los enfrentamientos violentos – por no irnos más lejos en el tiempo, desde las guerras carlistas, a la guerra del 36 o a la estrategia violenta de ETA- como una lucha entre Euskal Herria y España. Sin dejar de ser cierto que en todas esas guerras, conflictos y enfrentamientos existía un componente diferencial con respecto a otros ámbitos geográficos -lo que hoy llamamos conflicto de soberanías nacionales-, no deja de ser cierto también que esas guerras, conflictos y enfrentamientos han sido también conflictos civiles entre vascos: vascos eran quienes combatían en las tropas carlistas y en las tropas liberales; vascos eran las personas que componían los batallones de gudaris del PNV y de ANV, los de socialistas, comunistas o anarquistas, y vascos eran los que componían los batallones de requetés que impulsaron el golpe fascista; vascos eran los miembros de ETA y vascos eran muchas de las personas que sufrieron los atentados, violencias y extorsiones.
Por esta razón pienso que el problema, el obstáculo definitivo que ha bloqueado la resolución del problema político de fondo, no ha estado en Madrid o en París, sino que ha estado en el seno de la propia sociedad vasca, en su profunda división interna. División no sólo entre las identidades nacionales vasca y española, sino -sobre todo en los últimos años- fundamentalmente en el seno del abertzalismo político y sociológico que le ha impedido ser motor de la superación del conflicto político de fondo.
En ese escenario de división quien se ha movido con comodidad política ha sido siempre el Estado, mejor dicho el “establishmentâ€, ese poder establecido que como mucho -siguiendo el principio del príncipe Salinas- ha admitido pequeños cambios para que todo siguiese igual: abrió la puerta de las autonomías, enjaulando las aspiraciones de Cataluña, Euskal Herria y Galicia con la aplicación del “café para todosâ€, para cerrar la puerta del autogobierno y la autodeterminación. A la vez, desde los ámbitos mediáticos que controlaban han ido azuzando la división interna, en nuestro caso de la sociedad vasca, azuzando el fantasma de las dos comunidades y del peligro del enfrentamiento civil.
Desde esta perspectiva, el esfuerzo y el trabajo que han realizado durante los últimos años eusko alkartasuna y la izquierda abertzale para superar las limitaciones de la historia pasada y poner las condiciones para hacer posible una estrategia política común, han abierto un camino de solución del conflicto político de fondo y de expansión del abertzalismo político en el seno de la sociedad vasca.
Este esfuerzo de unidad de acción por vías exclusivamente políticas que ha seguido expandiéndose y sumando otras fuerzas políticas como Alternativa y Aralar, tiene ya una tremenda potencialidad política para cambiar radicalmente las dinámicas de división seguidas hasta ahora. Esa potencialidad se convertirá en realidad, siempre y cuando seamos capaces de romper los esquemas de división interna de la sociedad vasca.
Para lograrlo en el ámbito abertzale tendremos que convencer al PNV para que abandone su estrategia cortoplacista de control del poder y sume su esfuerzo y trabajo en una estrategia soberanista integradora; y en el ámbito españolista habrá que convencerles también para que, con independencia de su legítima identidad nacional -que siempre será respetada-, sumen también sus esfuerzos para construir una sociedad vasca más justa y solidaria, que de respuesta a las necesidades de la ciudadanía, a sus aspiraciones legítimas, en clave social y democrática, comprometiéndose a respetar -como hacemos los abertzales- la voz , la palabra y la decisión de la sociedad vasca.
La independencia de Euskal Herria en Europa es posible si conseguimos romper los tradicionales esquemas de división política y social que han existido hasta ahora en el seno de la propia sociedad vasca. De momento hemos comenzado por buscar la unidad de acción en el ámbito abertzale y hemos incoado también la unidad de acción con sectores progresistas no abertzales, como es el caso de Alternativa, demostrando que es posible avanzar juntos y hacer País y sociedad juntos. Ya existe un potente motor en marcha para construir Euskal Herria de otra manera y alimentar la esperanza de que ese nuevo tiempo político y social es posible.