El lunes que sigue al domingo de Pentecostés es tradición que las gentes de Bernedo celebremos la romerí­a a San Tirso. No todos los años puedo sumarme al evento, pero lo hago siempre que puedo y este año he podido. Hemos comenzado la romerí­a en las campas de la ermita de Nuestra Señora de Okon a las 9 de la mañana con la subida a la ermita de San Tirso que está en lo alto de la sierra de Cantabria. Hoy el buen tiempo acompañaba y se agradecí­a la sombra que nos ha brindado el hayedo casi hasta el collado. Con distintos ritmos y en pequeños grupos hemos ido ascendiendo y superando los casi seiscientos metros de desnivel que, a lo largo de unos cinco kilómetros, separan las campas de Okon con la ermita de San Tirso que se encuentra en la cota de los 1300 metros.

He acusado la falta de entrenamiento y, una vez más, he vuelto a hacer propósitos de recuperar la costumbre de ir al monte con más frecuencia que la de una vez al semestre. Mientras í­bamos subiendo, la paz del hayedo ayuda a desconectar del barullo diario a la vez que resurgen recuerdos de historias oidas de pequeño a los abuelos y a mi aita sobre las vicisitudes de las diferentes imágenes de San Tirso, que tan pronto eran objeto de disputa entre los habitantes de Bernedo y Kripán, como eran sujeto de robos e incluso su desaparición era objeto de rumores de fundiciones del bronce para abastecer necesidades de municiones en épocas de guerras carlistas. Entre recuerdos y comentarios sobre parentescos entre quienes tenemos el apelativo «Malatsa», llegamos al collado donde nos espera un buen amaiketako para recuperar fuerzas, amenizado por una trikitrixa a> que año tras año nos acompaña en este dí­a.

Una vez recuperadas fuerzas hemos entrado a la ermita para realizar la plegaria pidiendo protección al Santo sobre las cosechas. Esta ermita se encuentra dentro de una cueva y forma parte de las ermitas y cenobios visigóticos que se encuentran concentrados alrededor del bosque de Izkiz, entre los municipios de Bernedo y Trebiño, y que alguien calificó en su dí­a como la «Capadocia del Paí­s Vasco». Una vez finalizadas las oraciones, y ya fuera de la ermita, se lanzan dos cruces, hechas con ramas de boj,  a las dos vertientes de la sierra como sí­mbolo de protección a las cosechas tanto de la montaña como de la rioja alavesa.

La bendición de los campos que en otras ocasiones se hace desde el collado, este año se hace en las campas de Okon, pues la salud del buen párroco de Bernedo no está para afrontar los casi seiscientos metros de desnivel.

Son ya mas de las doce cuando comienza el descenso hacia Okon donde tendrá lugar la Misa y la bendición de los campos antes de la comida popular que organiza el Ayuntamiento. En mitad de la bajada, junto al haya marcada por una cruz, se vuelve a cumplir la tradición de volver a implorar la protección del Santo sobre las cosechas.

Ya en Okon se produce el tradicional encuentro con otras muchas personas que bien por edad, trabajo u otras circunstancias no han podido subir arriba. Saludos a esa familia extensa de primos y primas segundas y terceras, amigos de la cuadrilla de la infancia; anécdotas que hacen renacer esa «pequeña memoria histórica» de la vida de cada cual que es especialmente entrañable; y ocasión de conocer a nuevas personas que te abren nuevos horizontes con sus experiencias vitales. Al comienzo de la tarde vuelta hacia Gasteiz, disfrutando de los buenos ratos pasados, de ese oasis de tranquilidad y sosiego, y pensando ya en el próximo año donde si Dios quiere volveremos a San Tirso y nos volveremos a reencontrar con nuestras raí­ces.

Por Rafa

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