Cuando el miércoles Javier me propuso ir el sábado al monte le contesté directamente que si, sin descender a otro tipo de detalles. Cuando el viernes me propuso subir al San Donato o Beriain (que los dos nombres se utilizan) tampoco puse demasiada atención y quedamos en ir.
Esta mañana, cuando ya llegábamos a Huarte-Arakil empecé a darme cuenta de la situación: me enfrentaba a 900 metros de desnivel sin haber ido al monte, en serio, en los últimos ocho meses y, por tanto, en un estado de forma física -a estos efectos- lamentable. Pero bueno ya que estaba allí no iba a volverme a Gasteiz, así que emprendí la fuerte subida con la preocupación de que podía darles el día a los colegas de cordada, y con la esperanza de que no fuese así. Al final, sufirendo un poco, nos hemos ido creciendo y hemos llegado a la cumbre en la que hemos disfrutado de un bonito día y una grata compañía.
Ahora se trata de volver a recuperar la costumbre de ir al monte, para seguir recuperando la forma y airear las preocupaciones diarias que saturan la cabeza. Ha sido un bonito reencuentro con la montaña en el que -una vez mas- he experimentado que esa amplitud de horizontes, que se goza en las cumbres, se traslada en nuestra mochila cuando bajamos y nos sirve para actuar también con amplitud de horizontes en nuestra vida diaria. Y creo que en mi vida diaria por este proceloso mundo de la política, si que se necesita aire fresco y amplitud de miras. Ojala quienes tenemos estas responsabilidades públlicas fuésemos más al monte. Yo, de momento ya he decidido volver a ejercer de montañero.