Estos días, paseando por el parque de la Florida y viendo el Belén Monumental de Vitoria-Gasteiz me he «tropezado» con una de sus 300 figuras de tamaño real que me ha conectado con la reciente carta del papa Francisco sobre «el significado y el valor del Belén» a la vez que traía recuerdos de hace unos años e inquietudes de ahora.
Se trata de la figura del mendigo con su perro que se ha convertido en una especie de homenaje o recuerdo de un legendario vagabundo de las calles gasteiztarras que falleció en agosto de 1992. Era conocido como Somorrostro, por ser originario de la localidad bizkaína, aunque su verdadero nombre era José Posada, y era apreciado por las personas que vivían o frecuentaban el casco histórico vitoriano.
Como subrayaba Ochoa da Silva en la reseña sobre su muerte publicada en El Correo era un bohemio de la calle a quien le gustaba sumergirse en el ambiente bullicioso de los bares del casco viejo, siempre rodeado de juventud con los que sabía conectar.
Hoy para muchas personas esta historia les resultará desconocida pero pienso que esta figura del belén nos debería hacer presentes a todas esas personas que hoy en día duermen en la calle de nuestra satisfecha y acomodada ciudad; y no solo debería hacernos presente ese mero recuerdo de esta cara oculta de nuestra ciudad, sino que nos debería impulsar a comprometernos con alguna acción que ayude a paliar la situación de esas personas.
En la carta a la que me refería antes, el Papa Francisco decía: «Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.
Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado».
Releyendo estas líneas me venía a la cabeza las contradicciones que tenemos en nuestra ciudad entre nuestro «discurso green super social» y realidades como que un comedor social que en determinados momentos atiende a más de mil personas esté en peligro de desaparecer por falta de medios económicos, o que las personas que duermen en la calle no tengan un lugar donde ser atendidas y acogidas, o que muchas personas jóvenes no puedan acceder a una vivienda digna con alquileres asequibles para poder independizarse e iniciar su vida familiar.
Contradicciones que se hacen más patentes en estos días que se habla de la aprobación de presupuestos en Ayuntamiento, Diputación y Gobierno Vasco. Y desde la perspectiva de quien ha tenido que bucear durante años entre las partidas presupuestarias, se me «abren las carnes» al ver que tanto desde la derecha, como desde el centro o la izquierda, se proponen, defienden y aprueban partidas o enmiendas dirigidas a conceptos que no deberían tener prioridad antes de resolver estas situaciones acuciantes.
Ojalá esta figura de nuestro Belén gasteiztarra deje de pasar desapercibida, deje de ser «invisible» -como tantas personas que lo pasan mal en nuestra ciudad- para nuestra «sociedad satisfecha», y se convierta en un símbolo, un acicate, una llamada a la acción para que «tirios y troyanos», tanto en el mundo de la política, como de la sociedad en general, descendamos de nuestras teorías, abandonemos nuestros pruritos y comodidades, y demos respuesta a las urgentes necesidades de todos esos «Somorrostros» que conviven con nosotros aunque no los veamos.