Cuando volvía del homenaje a Joseba Goikoetxea he recibido la noticia del fallecimiento de Alec Reid, sacerdote católico irlandés que fue una persona clave en el proceso de paz en Irlanda del Norte y que también su trabajo oculto ha tenido una gran importancia a la hora de conseguir que hoy en Euskal Herria se haya abierto una nueva época de esperanza a partir del fin de la actividad armada de ETA. Esperanza que se ha reforzado mientras estaba en el acto de la Plaza de la Convivencia oyendo a Rosa Rodero, la viuda de Joseba Goikoetxea, y viendo allí a otras víctimas de ETA, del Gal, de la violencia ilegítima de las fuerzas de seguridad del Estado -he podido saludar a la hermana de José Mª Aguirre, a la hermana de Joxi Zabala, a Edurne Brouard– unidas en un gesto de gran valor para conseguir avanzar en esa tarea tan importante de conseguir la reconciliación en el seno de nuestra sociedad, trabajando en favor de la verdad, la justicia y la reparación de todas las injusticias sufridas.
En los primeros años de este siglo tuve la gran suerte de estar en muchas ocasiones con Alec Reid en encuentros que tuvimos, en muchos lugares de Euskal Herria y también en Bruselas, con el denominador común de intentar que fuese posible y real el fin de la violencia en nuestro País. Siempre me impresionó su gran calidad humana y su profundo sentido sobrenatural que se plasmaban en una enorme voluntad de escucha y en la paz que transmitía con sus reflexiones y consejos que siempre comenzaban con una referencia a buscar el apoyo de Dios y dejarse guiar por el Espiritu Santo.
Quizás haya quien se pregunte como era tan bien aceptado Alec en un ambiente político que en muchos casos estaba en las antípodas de cualquier religión. Yo creo que era aceptado porque todos veíamos -de una forma u otra- que era un hombre excepcional, un hombre de Dios que por eso mismo tenía los pies muy asentados en la tierra, era cercano a las personas y se implicaba en la tarea de ayudar a superar cualquier penuria o sufrimiento. Su «tumbativo» sentido común aportaba reflexiones y consejos que a partir del reconocimiento del «otro» permitía abrir lugares de encuentro. Estoy seguro que ahora va a ser mucho más eficaz todavía a la hora de ayudarnos a conseguir ese objetivo que la sociedad vasca ansía, que la Paz sea una realidad.
Recojo a continuación la respuesta que Alec Reid dió en el año 2007 a un grupo de jóvenes en Gasteiz que le preguntaban por la razón de su presencia en Euskal Herria. En ella encontramos su personalidad, su compromiso y su importante aportación al proceso de paz en nuestro País:
“Os preguntaréis cómo he llegado yo a involucrarme en lo que pasa en el País Vasco.
Fue a raíz de una llamada que recibí en el año 2000 de un sacerdote de la diócesis de Bilbao en que me decía que aquí también había algo que hacer y me pedía mi ayuda por la experiencia que tenía yo en Irlanda. Es cierto, yo llevaba 35 años trabajando por el proceso de paz en Irlanda así que me sentí en la obligación de venir aquí para explicar lo que nosotros habíamos aprendido de nuestro proceso de paz. Y eso hice. ¿Y dónde había aprendido yo? En la calle, la calle te enseña mucho.
La primera lección es que si uno quiere ganar en esta lucha, tanto en Irlanda como en el País Vasco, primero es necesaria la gracia de Dios, la ayuda de Dios.
Cuando los problemas parecen ingentes por su dificultad, cuando parece que los problemas superan la capacidad humana, se aprende que con la ayuda del Señor se sale adelante.
La segunda lección es que el valor moral supremo es la dignidad del ser humano y la virtud suprema es la práctica del respeto debido a la dignidad del ser humano y nada, ni la paz, ni la política son posibles si no nos atenemos siempre a este principio.
La tercera lección es que el diálogo entre todas las partes, tanto en Irlanda como en Oriente Medio como en el País Vasco, es la única manera de resolver los conflictos.
Con las armas no se resuelve nada. Esta lección se aplica a Irlanda y a todos los conflictos del mundo. Si Sadam Hussein, Al Quaeda, los suicidas palestinos no se sientan en torno a una mesa para hablar, no hay solución. La única forma de resolver estos conflictos es con la palabra. Y la primera regla del diálogo es saber escuchar.
Hay que saber escuchar a los líderes de Batasuna cuando dicen que están a favor del diálogo, que quieren llegar al fin del conflicto. Con el diálogo se alcanza siempre un destino democrático.
La cuarta lección es que se necesita tanto la perspectiva masculina como la perspectiva femenina para resolver un conflicto. La combinación de ambas perspectivas resulta en el diálogo, el consenso. La perspectiva masculina de por sí no basta como no basta tampoco la perspectiva femenina por sí sola. Es necesaria una combinación natural de las dos perspectivas que son además complementarias.
Cuando me pidieron que viniera, éstas fueron las lecciones que transmití a los líderes políticos, en privado, en entrevistas, conferencias, a todos les expliqué nuestra experiencia.